Este tratado filosófico (publicado póstumamente y prohibido por las autoridades) es de apariencia árida, pues tiene un método de exposición basado en el rigor geométrico, que organiza la ética como sistema deductivo.
Sin embargo, es un texto inmortal que no cesa de invitar a la libertad y a la alegría, de aquello que nos hace humanos.
Para Spinoza, que sufrió la excomunión de su comunidad judía por sus críticas a la religión y a la sociedad, sabía que el hombre libre es el "que vive solo según el dictamen de la razón, que no se deja llevar por el miedo a la muerte".
El filósofo judío no invoca el hedonismo, sino la vida contemplativa de los griegos, según la cual el hombre dedica su existencia a la sabiduría, al arte y a la belleza. Para él, la sabiduría es el placer soberano. La gloria es el gozo de participar en la vida de Dios, que no es un Ser personal y trascendente que interviene en la Historia, sino un Dios impersonal e inmanente. Dios es la naturaleza, la totalidad de lo existente (natura naturata) y la fuente y origen que sostiene el dinamismo de la vida (natura naturans), renovando siempre sus formas.
Borges le dedica dos sonetos en sus "traslúcidas manos" atareadas en pulir lentes, que fue su trabajo manual para ganarse el pan.
Spinoza se atrevió a argumentar conforme a su criterio, sin someterse a las normas, a cuestionar la existencia de un Dios personal en una Europa ensangrentada por las guerras de religión. Su libertad e independencia eran una provocación para los dogmáticos de su tiempo. Una voz que solo obedece al juicio propio es incómoda para los demás. El ser humano es gregario y no soporta que alguien se aparte del rebaño, porque hacerlo implica abandonar las certezas.
Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida. (Proposición LXVII)
Baruch Spinoza, Ética demostrada según el orden geométrico, 1677
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