Después de ver la magistral película Apocalypse Now de Francis Ford Coppola, tenía que volver a leer El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. La gran obra del autor polaco (que escribía en inglés) ha sido interpretada de diversas maneras a lo largo del tiempo, desde una crítica al imperialismo hasta una meditación sobre la naturaleza del bien y el mal. Ha influido en numerosos artistas, y ha sido adaptada en varias formas, como la película de Francis Ford Coppola, que traslada la historia al contexto de la Guerra de Vietnam.
La historia original (de esta novela) está ambientada en la región del Congo durante la época en que el colonialismo europeo estaba en su apogeo y sigue el viaje del protagonista, Charles Marlow, por el río Congo en busca de Kurtz, un misterioso y carismático comerciante de marfil.
Explora grandes temas como el colonialismo, la explotación y la depravación humana. Marlow, el narrador, se encuentra con horrores inimaginables a medida que se adentra en el corazón de la selva africana, y Kurtz representa la encarnación de los extremos a los que puede llegar la corrupción humana cuando se despoja de las restricciones sociales y morales.
Esta obra es considerada una de las grandes contribuciones a la literatura moderna debido a su profundidad temática y su exploración psicológica.
La conquista de la tierra, que por lo general consiste en arrebatársela a quienes tienen una tez de color distinto o narices ligeramente más chatas que las nuestras, no es nada agradable cuando se observa con atención. Lo único que la redime es la idea. Una idea que la respalda: no un pretexto sentimental, sino una idea... (p. 14)
Remontar aquel río era como volver a los inicios de la creación, cuando la vegetación estalló sobre la faz de la tierra y los árboles se convirtieron en reyes. Una corriente vacía, un gran silencio, una selva impenetrable. El aire era caliente, denso, pesado, embriagador. No había ninguna alegría en el resplandor del sol. (p. 70)
La suya era una oscuridad impenetrable. Yo le miraba como se mira, hacia abajo, a un hombre tendido en el fondo de un precipicio, al que no llegan nunca los rayos del sol. (p. 142)
Gritó en un susurro a alguna imagen, a alguna visión, gritó dos veces, un grito que no era más que un suspiro: "¡Ah, el horror! ¡El horror!" (p. 143)
Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas, 1899
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