El escritor alemán Erich Maria Remarque (seudónimo de Erick Paul Remark) narra su experiencia en el frente occidental de la Primera Guerra Mundial. Cae herido y sufre lo indecible al estar en medio del horror. En 1929 publica este breve libro y después emigra a Suiza y, unos años más tarde, a EEUU.
En los años treinta, los nazis censuraron sus obras y las destruyeron en quemas públicas. No querían a un autor claramente antibelicista que, por ejemplo, describiera a los tanques como "la viva imagen del exterminio", es decir, como "invulnerables bestias de acero que aplastan a muertos y a heridos"...
Cuando los soldados parten al frente, escribe el autor, son hombres malhumorados o alegres, pero cuando van al frente se convierten en "bestias humanas". Es aterrador también cómo describe el grito de los caballos como el verdadero horror de la guerra, como precedente al símbolo picassiano del Guernica.
La pérdida de la inocencia, la camaradería entre los soldados y el horror ante la deshumanización de la guerra son temas centrales de su obra, escrita como un grito apolítico y antibelicista del conflicto que llevó a la muerte a millones de jóvenes en las trincheras. "¿Dónde estaríamos nosotros si tuviéramos conciencia de lo que sucede en el frente?", es una de las preguntas que interpelan al lector, que lo agarran con las solapas para que despierte, para que recuerde a los millones de jóvenes que murieron así, de forma tan cruel y absurda.
Ya no se trata de luchar por los grandes relatos del patriotismo, sino por la pura supervivencia. "Cada soldado permanece con vida gracias al azar. Y todo soldado cree y confía en el azar". Yo añadiría que algunos soldados, sobre todo en aquella época, creían y confiaban en algo más allá del azar, en la Providencia, en la Mano amorosa del Padre que les protegía de todo mal hasta el momento definitivo de la muerte, que no era por azar. Yo diría: Cada soldado permanece con vida gracias a Dios. Y muchos soldados creen y confían en Dios.
Me gustaría destacar dos fragmentos: uno cómico y otro trágico.
El primero es, al final del libro, cuando los soldados heridos permanecen en un hospital católico, y una monja piadosa y corta de luces les abre las puertas para que, por su bien, escuchen las oraciones. Los soldados les piden por favor que les dejen dormir. Pero el dogma, como la cera en los oídos, les ha hecho sordas. Y les imponen la oración. El resultado es la pequeña revuelta de los enfermos que indigna a las monjas fanáticas. ¡Ellas manifiestan, en este fragmento cómico, la fe de los demonios!
El segundo fragmento, en que el protagonista se encuentra cara a cara con un enemigo agonizante en un cráter, es estremecedor. No quiere saber su nombre ni ver las fotografías ni leer las cartas de su cartera. Pero lo hace. "Ahora veo a tu mujer y tu rostro, lo que tenemos en común. ¡Perdóname, compañero! ¿Cómo podrías ser mi enemigo? Si tiráraramos las armas y los uniformes, podrías ser mi hermano al igual que Kat y Albert." El encuentro fortuito con un enemigo que está a punto de morir le impacta para siempre, como una bomba caída del cielo.
Soy joven, tengo veinte años, pero no conozco de la vida más que la desesperación, el miedo, la muerte y el tránsito de una existencia llena de la más absurda superficialidad a un abismo de dolor. Veo a los pueblos lanzarse unos contra otros, y matarse sin rechistar, ignorantes, enloquecidos, dóciles, inocentes. Veo a los más ilustres cerebros del mundo inventar armas y frases para hacer posible todo eso durante más tiempo y con mayor refinamiento. Y, al igual que yo, se dan cuenta de ello todos los jóvenes de mi edad, aquí y entre los otros, en todo el mundo; conmigo lo está viviendo una generación. ¿Qué harán nuestros padres si un día nos levantamos y les exigimos cuentas?
Erich Maria Remarque, Sin novedad en el frente, 1929
Comentarios
Adiós a todo eso, de Robert Graves, también me parece un libro importante sobre la primera guerra mundial.
Montaigne nunca acaba de leerse. Es un genio.
A ver si nos vemos por Salou un día.
Un abrazo enorme.