El profesor estadounidense Mark Lilla es muy crítico con las políticas de identidad que imperan en la cultura occidental. Como todo buen filósofo, es crítico con la estupidez y la maldad humana.
El autor cuenta la anécdota de Karl Jaspers al preguntar a Heidegger cómo podía confiar en un líder político como Hitler. Al abrazar el nazismo, el filósofo replicó: "La cultura no importa. Mira sus maravillosas manos." La respuesta es reveladora de la irresponsabilidad de los grandes pensadores que se dejan seducir por las tiranías, como Platón en Siracusa. De hecho, más tarde Jaspers dice: "La grandeza intelectual se transforma en objeto de amor únicamente cuando el poder al que se vincula posee en sí mismo un carácter noble."
Luego habla del pensamiento antiliberal de Carl Schmitt, profesor afiliado al partido nazi en 1933. Y en tercer lugar, presenta al crítico literario Walter Benjamin, que nació en 1892 en el seno de una familia judía adinerada, y destaca su mezcla de teología judía y materialismo histórico de Marx. Más tarde, señala la mente brillante y desquiciada a la vez del pensador Michel Foucault, fascinado por el sadomasoquismo y la pederastia, y crítico con la opresión de la cultura occidental.
Por último, señala a Jacques Derrida como un pensador abstruso que adoran esos "ingenuos niños grandes" que pueblan muchos departamentos universitarios. El pensador francés cree que sólo deshaciendo el discurso racional sobre la justicia se puede preparar su llegada como Mesías, a través de la "deconstrucción". Pero el autor norteamericano no le compra ese discurso tóxico y vuelve a Platón, a ese Platón maduro que ha escapado de la tiranía de Siracusa por los pelos y ha aprendido a no dejarse seducir por el poder.
La historia de la filosofía francesa de los tres decenios posteriores a la Segunda Guerra Mundial podría resumirse en una sola frase: la política dictaba y la filosofía escribía.
Si todo es político, entonces, estrictamente, nada lo es.
La tiranía comienza en el lenguaje de la tiranía, que en última instancia deriva de la filosofía.
Esa fuerza es el amor, eros. Para Platón, se es humano cuando se es una criatura que lucha, alguien que no vive simplemente para satisfacer necesidades primarias, sino que intenta ampliar y en ocasiones elevar estas necesidades que después se transforman en nuevos objetivos.
El camino hacia la vida filosófica proporciona precisamente sabiduría en la esfera del amor. Según Platón la describe, la vida filosófica no es una suerte de renuncia budista del yo, sino una vida erótica controlada que pueda alcanzar lo que inconscientemente busca el amor: verdad eterna, justicia, belleza, sabiduría.
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