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El placer de la lectura pausada de cada relato es un descubrimiento que vale mucho la pena.
En este breve fragmento, del primero de los cuentos, expone los límites del lenguaje para ensalzar el deseo de hablar una lengua más universal, que no es ninguna en concreto, sino el mismo corazón humano, el llanto del bebé, que es común a todas las personas:
Crecemos y aprendemos las palabras de una lengua, y vemos el universo a través de la lengua que conocemos, no a través de todas las lenguas o de ninguna, sino a través del silencio, por ejemplo, y nos aislamos en la lengua que conocemos. (p.14)
William Saroyan, Setenta mil asirios, en El joven audaz sobre el trapecio volante, 1964
(ed. 2004)
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