"¿Quién es y qué es, al fin y al cabo, un escritor? Un gran don nadie. No tiene ni título, ni rango, ni poder", dice un personaje de Sándor Márai (p. 398). Pero un escritor es alguien que escribe cada día, por convicción, por necesidad. No me importa si es profesional y reconocido, o un artista con aires de bohemio. Lo importante es que supere la pereza y el miedo para tener algo que contar.
Dice Márai que "quien ama sin humildad pone una gran carga sobre los hombros del otro" (p. 58). Así, descubrí en mi amigo un amor humilde, sobre todo en la compañía y el regalo inesperado e inmerecido de La mujer justa. Lo empecé a leer sentado en el camino marítimo de Vancouver, a las puertas de Stanley Park, para poder saborear cada párrafo y levantar la vista hacia la gran ciudad canadiense.
Esta novela, que se abre en una elegante cafetería de Budapest, traza tres monólogos que se enredan entre ellos como hilos de marionetas infelices. Los relatos de Marika, Péter y Judit narran el desamor y la soledad terrible del ser humano.
En este fragmento, puedo reconocer a esas personas que, para controlarlo todo, viven aisladas del mundo en su burbuja moralista, que arrastran los pies y sonrisas forzadas, porque les pesa la tristeza en el alma.
En la existencia de las personas puede verificarse un proceso que es alarmante, angustioso, peor que cualquier cosa... el progresivo aislamiento del mundo. El proceso de convertirse en máquinas. En casa reina un orden severo, en el trabajo rige un orden todavía más rígido, y en torno a ellos, un orden social absolutamente estricto; incluso su diversión, sus inclinaciones y sus vidas amorosas se desarrollan según un orden. Saben por adelantado a qué hora deben vestirse, desayunar, trabajar, amar, divertirse y dedicarse a la cultura. Están rodeados de un orden maníaco. Y en ese orden descomunal, poco a poco se va descongelando la vida a su alrededor [...]. Y mientras la esperanza se mantenga viva en sus corazones y en sus almas, detrás de tanta soledad, la vida será soportable. Seguirán viviendo... como buenamente puedan, sin la dignidad del ser humano, pero vivirán. Por la mañana tendrá sentido darle cuerda al mecanismo para que funcione hasta la noche. (p. 180)
Sándor Márai, La mujer justa, 1941
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