Hay un momento del día en que desaparecen por completo las sombras. En ese instante se sitúa el poeta francés ante el misterio insobornable del cementerio de Sète, encarado al mar. El primer verso es un regalo de las musas. Hay que aprovecharlo para trabajar en la creación poética.
Valéry pasa de la contemplación estética a la acción creadora en la sinfonía de sus versos eternos. Sus restos mortales reposan, precisamente, en el mismo cementerio de Sète, en el sur de Francia.
¡Hay que intentar vivir, si nace el viento!
Abre y cierra mi libro el aire inmenso,
¡brotar osa la espuma de las peñas!
¡Volaos, ea! ¡deslumbrados pliegos!
¡Romped, olas gozosas, este quieto
tejado en donde picaban las velas!
Paul Valéry, Le Cimitière marin, 1920
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