La felicidad "quiere tener en su punto exacto de temperatura el destino, las oraciones y la cerveza", como dice el narrador de Las ortigas florecen (p. 15), con un toque un poco chestertoniano.
En esta novela sobre la terrible infancia de un niño abandonado llamado Martin, he encontrado la mejor definición del país que me cambió la vida. Mirando los paisajes de Dalarna por la ventana del tren, con un dedo en la novela de Martinson, he agradecido estar en esa parte del mundo, en ese mismo instante.
Suecia es uno de los países más particulares y más melancólicos del mundo. Su alma está impregnada de cuentos populares. En este país hay algunos lagos escondidos, llenos de nenúfares, que solamente están cavilando cuentos y burbujeando esperanzas.
(p. 123)
Harry Martinson, Las ortigas florecen, 1935
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