Pedaleo sobre la alfombra amarilla de la carretera, intentando no derrapar las ruedas, mientras decenas de hojas van cayendo de los enormes árboles de los alrededores de Cheesman Park.
Las calles se han vestido de colores anaranjados bajo un sol todavía poderoso y espléndido. Rodeo el parque y por fin llego a mi casa.
Quedan pocas semanas para que la nieve y el hielo dejen mi bicicleta aparcada para todo el invierno. Es entonces cuando arrincono mi afición por el ciclismo y saco del armario mi tabla de snow, que paciente ha esperado tantos meses en la oscuridad.
Las hojas caídas avisan de la inminente llegada del frío. Pero hay algo más que nos avisa del final del otoño, algo raro y artificial que los americanos han creado para distraerse. Los porches de las casas están extrañamente cubiertos de telarañas, bichos gigantescos y fantasmagóricas sábanas rasgadas. En los dinteles las calabazas recortadas iluminan un siniestro jardín trufado de tenebrosas lápidas. Una mano verdosa sobresale de la tierra, como si un ejército de muertos vivientes se dispusiera a levantarse.
Se muere el otoño. Y aquí se celebra con la famosa fiesta de Halloween, una horterada divertida si sales con los amigos a tomar copas, una celebración desfasada que, con el ruido y las luces, no me deja saborear los versos frescos de Juan Ramón Jiménez en esta hermosa época del año.
Las calles se han vestido de colores anaranjados bajo un sol todavía poderoso y espléndido. Rodeo el parque y por fin llego a mi casa.
Quedan pocas semanas para que la nieve y el hielo dejen mi bicicleta aparcada para todo el invierno. Es entonces cuando arrincono mi afición por el ciclismo y saco del armario mi tabla de snow, que paciente ha esperado tantos meses en la oscuridad.
Las hojas caídas avisan de la inminente llegada del frío. Pero hay algo más que nos avisa del final del otoño, algo raro y artificial que los americanos han creado para distraerse. Los porches de las casas están extrañamente cubiertos de telarañas, bichos gigantescos y fantasmagóricas sábanas rasgadas. En los dinteles las calabazas recortadas iluminan un siniestro jardín trufado de tenebrosas lápidas. Una mano verdosa sobresale de la tierra, como si un ejército de muertos vivientes se dispusiera a levantarse.
Se muere el otoño. Y aquí se celebra con la famosa fiesta de Halloween, una horterada divertida si sales con los amigos a tomar copas, una celebración desfasada que, con el ruido y las luces, no me deja saborear los versos frescos de Juan Ramón Jiménez en esta hermosa época del año.
Se está muriendo el otoño
- sueño y frío, llanto y niebla-;
Mi rosal siente floridas
Nostaljias de primavera.
¿Cuándo habrá aroma en el aire?
...De una ventana entreabierta
Viene el aria de un piano
Llorando antiguas tristezas.
El jardín de mi adorada
Está lleno de hojas secas;
Los árboles no se mueven,
Nadie pasa por las sendas.
En un silencio de parques
Olvidados; huele a tierra
De cementerio, y se oye
La lluvia en la fronda muerta.
Y a la triste claridad
De la luna amarillenta,
Un ruiseñor llora dulces
Predulios entre la niebla.
Juan Ramón Jiménez, Jardines lejanos, 1904
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