La primera novela de Arturo Pérez-Reverte es una buena bofetada al romanticismo, sobre todo al idealismo estúpido de los jóvenes que nunca han estado al pie del cañón. Es un verdadero alegato contra la guerra, pero la obra va mucho más allá.
Un joven húsar del poderoso ejército francés se prepara para su primera batalla en el sur de España. Frederic tiene muy claros los valores por los que lucha. Se siente orgulloso de su patria. Y para él resulta un honor pertenecer a la prestigiosa caballería ligera del ejército de Napoleón. Han sido muchas las historias bélicas leídas, escuchadas y observadas en espléndidos lienzos que rememoran las grandes épicas de la Humanidad. En su ciudad natal las chicas le adoran vestido con el precioso uniforme de los húsares. Y Frederic, en la vigilia del combate, se acuerda en especial de una preciosa jovencita de cabellos rubios que sin duda le esperará enamorada a que regrese de la magnífica campaña del emperador en aquel viejo y caluroso país del sur de Europa. Pero todo ese romanticismo de la guerra se esfuma cuando entra en batalla. Porque la guerra no tiene nada de bella y, como dijo Tolstoi, sólo puede ser abominable.
La hoja del sable lo fascinaba. Frederic Glüntz era incapaz de apartar los ojos de la bruñida lámina de acero que refulgía fuera de la vaina, entre sus manos, arrojando destellos rojizos cada vez que una corriente de aire movía la llama del candil. Deslizó una vez más la piedra de esmeril, sintiendo un escalofrío al comprobar la perfección de la afilada hoja.
—Es un buen sable —dijo, pensativo y convencido.
El húsar, Arturo Pérez Reverte (1983).
Un joven húsar del poderoso ejército francés se prepara para su primera batalla en el sur de España. Frederic tiene muy claros los valores por los que lucha. Se siente orgulloso de su patria. Y para él resulta un honor pertenecer a la prestigiosa caballería ligera del ejército de Napoleón. Han sido muchas las historias bélicas leídas, escuchadas y observadas en espléndidos lienzos que rememoran las grandes épicas de la Humanidad. En su ciudad natal las chicas le adoran vestido con el precioso uniforme de los húsares. Y Frederic, en la vigilia del combate, se acuerda en especial de una preciosa jovencita de cabellos rubios que sin duda le esperará enamorada a que regrese de la magnífica campaña del emperador en aquel viejo y caluroso país del sur de Europa. Pero todo ese romanticismo de la guerra se esfuma cuando entra en batalla. Porque la guerra no tiene nada de bella y, como dijo Tolstoi, sólo puede ser abominable.
La hoja del sable lo fascinaba. Frederic Glüntz era incapaz de apartar los ojos de la bruñida lámina de acero que refulgía fuera de la vaina, entre sus manos, arrojando destellos rojizos cada vez que una corriente de aire movía la llama del candil. Deslizó una vez más la piedra de esmeril, sintiendo un escalofrío al comprobar la perfección de la afilada hoja.
—Es un buen sable —dijo, pensativo y convencido.
El húsar, Arturo Pérez Reverte (1983).
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