Tuve la suerte de tener grandes maestros que destacaban por su manera de enseñar y de estar en el mundo. Ahora me doy cuenta, gracias a este libro, de que todos ellos eran muy griegos: creo que, sin saberlo, Suso era cínico, Eusebi era epicúreo, Xavier era estoico, y Artur era escéptico.
El autor del libro (que es un excelente comunicador) retrata un esbozo de estas cuatro grandes escuelas helenísticas que hoy siguen vivas. Y defiende la tesis de que, en el fondo, todos nosotros somos muy griegos, y que, por tanto, debemos volver a ellos para conocernos mejor y saber estar aquí ahora.
Para empezar, los griegos nos enseñan a distinguir el tiempo: por un lado, el chronos, el tiempo secuencial, medible, cuantitativo; y, por el otro, el kairós, el tiempo impreciso, fluctuante, cualitativo. Podemos elegir entre quedarnos atrapados en el chronos, o salir y abrazar el kairós, que "mide la importancia de un momento concreto, no su duración". Depende de nosotros.
También nos enseñan la epoché, la suspensión del juicio que permite enfrentarse al mundo sin prejuicios, abrazarlo tal como es.
Además, nos recomiendan aspirar no a la felicidad, sino a la eduaimonía (eu significa "bueno", y daimon, "espíritu"), que supone una vida plena, un "florecimiento de la vida misma", no un simple bienestar. Porque la felicidad no es un lugar permanente, sino un lugar que podemos visitar, una posada más que un hogar.
"¿Cómo asegurarnos de estar viviendo plenamente la vida que nos corresponde?" En mi diálogo con el libro de Fabián C. Barrio, he intentado responder a esta pregunta, como decía, a través de mi experiencia con cuatro maestros de mi colegio que, sin saberlo, pertenecían a las cuatro grandes escuelas helenísticas.
Suso era cínico en el sentido griego del término, pues esta palabra tiene connotaciones negativas que no se corresponden con el pensamiento helenístico. Suso rompía las normas, desafiaba las costumbres, y, sobre todo, cantaba y hacía reír a los demás con sus extravagancias, sin hacer daño a nadie. Se subía a las estatuas de Roma, cantaba con la guitarra en la calle, y lograba hacer sonreír al más amargado.
Los cínicos buscan liberarse de las normas y convenciones sociales con una indiferencia ante las dificultades (adiaphora) y con una actitud de desprendimiento como un medio para alcanzar la libertad (atífia). Hay que vivir la vida con desvergüenza, con anaidea, de acuerdo con la naturaleza, libre de posesiones y preocupaciones, y, sobre todo, reírse de todo: ¡abrazar la alegría y la irreverencia como forma de vida! "Ser irreverente fomenta la autenticidad al cuestionar las normas establecidas en lugar de conformarse con las expectativas de la sociedad."
Ejemplos literarios de los cínicos son El guardián entre el centeno, La conjura de los necios y Las flores del mal, por el desprecio a las masas, la rebeldía contra el conformismo y la inclinación por lo transgresor.
Eusebi era epicúreo, es decir, amaba la vida cotidiana, los placeres sencillos que nos regala el día y que ya no vuelven. Mientras los cirenaicos (los grandes hedonistas) se lanzaban de cabeza al placer, los epicúreos consideraban que algunos placeres llevan a más dolor a largo plazo y, por tanto, deberían evitarse.
En la Carta a Meneceo, Epicuro dirige el alma a la aponía para superar cuatro temores básicos: a los dioses, al dolor, al fracaso y a la muerte. La filosofía es un remedio terapéutico para curar el alma, con el tetrapharmakos o la receta contra estos cuatro temores.
El objetivo principal es la ataraxia, encontrar la paz interior, apreciar la belleza de los placeres sencillos, evitar los excesos, cultivar la amistad verdadera, saborear el momento presente... No en vano, sus películas de cabecera eran: El club de los poetas muertos, Good Will Hunting y El festín de Babette. Yo ahora añadiría Come, reza, ama, y La gran belleza. De él, recuerdo cómo nos sacaba del aula y nos llevaba a los olivos para dar la clase de Filosofía como los peripatéticos.
Xavier era estoico, con su porte serio y su compromiso con el trabajo bien hecho. Nos enseñaba la apatheia ("sin emoción o sufrimiento") para evitar las perturbaciones emocionales, es decir, poner las emociones en armonía con la lógica y virtud. La apatheia es el arte de vivir bien, de seleccionar sabiamente las emociones en cada momento, como un jardinero que selecciones qué flores cultivar en su jardín. La apatheia implica gestionar las emociones y vivir con plenitud. Zenón de Citio fundó esta escuela al perderlo todo en un naufragio.
"No nos afecta lo que nos sucede, sino nuestra interpretación de lo que sucede", dijo Epicteto. El estoico, que fue esclavo la mayor parte de su vida, señalaba la importancia de cómo la elección personal es capaz de forjar nuestra responsabilidad. Se trata de dominar la prohairesis (voluntad) para alcanzar la paz al distinguir lo que uno puede controlar y lo que no.
El cristianismo heredó de los estoicos la búsqueda de la virtud moral como camino hacia la salvación o la felicidad; la figura del logos, la razón universal, una fuerza ordenadora que permea el cosmos; la idea de ciudadanía universal. Esto lo vemos en: Agustín de Hipona apreció la ética estoica en su énfasis en la interioridad y búsqueda de la verdad; Tomás de Aquino integró elementos del estoicismo en su tratamiento de las virtudes en su síntesis teológica; Erasmo admiró la moral estoica integrada en su visión cristiana de la vida virtuosa. En resumen, uno debe aceptar las circunstancias a través de una resignación activa y la búsqueda de la paz interior (estoicismo) o a través de la confianza en la providencia divina (cristianismo).
Una buena crítica al estoicismo es El pequeño señor Friedemann de Thomas Mann, en el que se narra la historia de un enano jorobado y raquítico que se gobierna a sí mismo bajo el ideal de la ataraxia, hasta que la imperturbabilidad de su alma estoica se desmorona como un castillo de naipes por un simple enamoramiento. ¿El dominio incansable de uno mismo es algo real o ilusorio?
Artur era escéptico porque se centraba en la incertidumbre y la limitación del conocimiento humano. Nos invitaba a tomar distancia de los textos, a analizarlos y contrastarlos. Nos enseñaba a ser reflexivos y críticos, a cuestionar todo; y también a dedicar un momento al día a observar lo que ocurre a nuestro alrededor, sin emitir juicio alguno.
"El escepticismo nos ayuda a ver más allá de las respuestas fáciles y a buscar soluciones que consideren diferentes puntos de vista y matices. Y reconocer por el camino que no lo sabemos todo y que nuestras creencias podrían estar equivocadas, esto nos lleva a la humildad intelectual, algo esencial para el aprendizaje y el crecimiento personal y colectivo."
Abrazar los pensamientos de la escuela escéptica es clave en medio del bombardeo de información, bulos y desinformación. Porque debemos aprender a cuestionar cada titular, cada noticia, cada texto. Preguntarse: "¿Esto, realmente, es así?" Al suspender el juicio y escapar del dogmatismo, dejamos de aceptar todo lo que intentan colarnos. Todo necesita ser observado con ojo crítico.
Cuestionar todo no significa desconfiar de todo y de todos, sino de buscar siempre la verdad inalcanzable desde la multiplicidad de perspectivas detrás de las certezas. En un mundo polarizado en creencias e ideologías, donde las personas se consideran en posesión de la verdad, el escepticismo ofrece una lente alternativa para leer el mundo y rechazar el ruido y la furia.
Reconocer que no todo es absolutamente cierto o falso nos ayuda a ser más empáticos. Cuando entendemos que las personas pueden tener razones válidas para sus creencias, incluso si no estamos de acuerdo con ellas, nos mostramos más abiertos al diálogo y a la comprensión. ¿Cuántas veces te has sentido inclinado a pensar que tal o tal persona tiene tal o tal opinión porque es estúpida? Los escépticos se reirían de ti a carcajadas. Cada cual tiene una opinión formada a través de sus experiencias.
Ocúpate de lo que tienes aquí y ahora. Porque, verás, dentro de veinte años darás cualquier cosa, cualquiera, por estar en este preciso momento, con esta salud, con esta edad, con este aspecto. Los cínicos te abofetearían si supieran que no te has tomado un momento para disfrutar de tu ahora tal como es.
"Esto también pasará". Siempre que soy feliz, miro esta frase [...]. Siempre que estoy triste, la miro también.
Fabián C. Barrio, Usted se encuentra aquí, 2024
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