¿Puede escribirse un libro divulgativo y riguroso sobre la Revolución Francesa sin caer en un posicionamiento ideológico más o menos explícito? ¿Es posible escribir Historia de manera más o menos objetiva? ¿Qué herramientas tenemos para distinguir el trigo de la paja y, sobre todo, captar los silencios relevantes de los hechos históricos?
La Revolución Francesa fue un proceso histórico fundamental que, desde 1789 hasta las guerras napoleónicas, cambió al mundo occidental en nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad. ¿Fue el origen de todo progreso moderno, o la fuente de todos los males sociales contemporáneos? "Fue un canto a la libertad. Pero todo canto a la libertad tiene el riesgo de ser entonado por arribistas o demagogos".
Todo empezó con una revuelta del pan. La gente tenía hambre. Francia se había involucrado en la guerra de Independencia de EE. UU. para vengarse de Inglaterra (por la derrota en la guerra de los Siete Años, en 1763); y había pagado un alto coste. El pueblo llano no entendía el origen de los problemas económicos por una guerra lejana que apenas conocían, pero se indignaba por el lujo de la reina María Antonieta y su corte, indiferentes al hambre atroz que se pasaba fuera de Versalles.
Los paralelismos de la revolución norteamericana y la francesa son importantes. Unos hablan del pueblo. Otros, de la nación. Las élites de la colonia inglesa de Norteamérica son los revolucionarios que consiguen la independencia, redactan la constitución y se forman como presidentes. Ellos apelan a Dios y a la ley natural. En cambio, los revolucionarios franceses fundamentan lo suyo en el derecho romano (sin referencias a Dios), convencidos de que su modelo es universal y que pueden exportarlo al resto del mundo.
Las élites ilustradas de los Estados Generales (convocados por el rey Luis XVI), que desmontan el Antiguo Régimen, se nutren de los disturbios callejeros y del descontento para empujar el proceso revolucionario, disolverlos y crear la Asamblea Nacional (en una cancha de tenis de Versalles).
La toma de la Bastilla es un hecho histórico elevado a la categoría de mito. El símbolo de la opresión de la monarquía era un viejo castillo del siglo XIV que se usaba como prisión. Los revolucionarios solo encontraron a siete prisioneros normales. Pero era un depósito de pólvora que les permitió abastecerse con armas. Y después de tomar la cárcel real, asaltar Versalles, encerraron a Luis XVI en el palacio de las Tullerías, en medio de la ciudad.
Tres años más tarde, el asalto a este palacio, en agosto de 1792, marca otro punto de inflexión de la Revolución, pues eliminan la monarquía (el rey acaba en la prisión del Temple para ser luego guillotinado) y proclaman la república.
En este contexto, los voluntarios marselleses que se dirigieron a París desfilaban y cantaban un himno escrito para elevar la moral de los soldados del Rin y que, en 1795, se convertirá en himno nacional.
El derrocamiento de la monarquía pone fin a la Asamblea, que pasa a llamarse Convención. Es el fin de la constitución que habían aprobado poco antes. A partir de ahora, se podrá movilizar a cualquier ciudadano apto para entrar en combate sin necesidad de pagarle nada porque su obligación es defender la nación.
Y llega un mundo nuevo: con un nuevo calendario y una nueva religión de la Razón, con sus fiestas cívicas dedicadas a la virtud, el trabajo o el talento.
De acuerdo con los autores, uno de los problemas derivados de la Revolución es la centralización y la falta de contrapesos en el poder político, a diferencia del régimen señorial. Esto lleva a la tiranía, por ejemplo, de Robespierre o Napoleón. Otro problema es la expropiación de bienes de la Iglesia que, para proveerse de fondos, elimina una red existente desde hacía siglos sin ofrecer nada a cambio (los campesinos que cultivaban esos terrenos quedan desamparados). Por otro lado, los vandeanos (campesinos y artesanos humildes que no estaban de acuerdo con el régimen revolucionario) fueron masacrados en nombre de los ideales más elevados.
Por otra parte, es innegable el progreso revolucionario lleva a la universalización de unos principios, como el sistema métrico decimal. En tanto que todos somos iguales, esa apuesta por la universalización de principios de la Revolución fue muy acertada.
La Revolución Francesa fue un proceso de centralización del poder. Si ese poder, por cualquier circunstancia, cae en manos de una sola persona, tenemos ante nosotros la monarquía más absoluta de la historia. Luis XVI fue un monarca menos absoluto que Robespierre, que, a su vez, fue menos absoluto que Napoleón.
Cuando el congreso de Viena reclama volver a la monarquía absoluta se están haciendo trampas en el solitario porque, aunque tengan sueños húmedos con la monarquía absoluta de los siglos XVI y XVII, este tipo de monarquía la ha encarnado mucho mejor Napoleón que Luis XVI.
Cuando su hermano recupera el trono en 1814, se encuentra en las manos muchísimo poder y ningún contrapeso. Decide graciosamente otorgar esa Carta, pero, de no haberlo hecho, habría podido disfrutar de mucho más poder que Luis XVI. Eso se lo debía a la Revolución Francesa. Era ese proceso histórico el que había puesto en manos del rey de Francia mucho más poder del que cualquier otro que le precedió hubiese soñado. Esta es la lección que habitualmente suele pasar desapercibida para los estudiosos de la Revolución Francesa.
Fernando Díaz Villanueva y Alberto Garín, Contra la Revolución Francesa, 2023
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