Un poeta alcohólico arrastra a su familia a habitar un infierno. Un día, llega la oportunidad de un trabajo en el servicio de limpieza del hospital pediátrico Bambino Gesù, en Roma, y lo que ve en "la casa de las miradas" le transforma totalmente, pues allí hay miradas humanas que hieren, entre tanto dolor incomprensible, que empujan a plantear preguntas imposibles que paradójicamente brindan una respuesta.
El libro de Daniele Mencarelli nos mete de lleno en un hospital pediátrico, con el sufrimiento de los niños enfermos y del alma enferma de alcohol, para redimirnos, sin dramatismos, en un mundo que ha perdido conexión con lo real.
Actualmente, ya no está permitido que los hombres nos hagamos preguntas, que abracemos hasta el final la insensatez sobre la que hemos construido certezas absurdas. La vida, el trabajo, el formar una familia... en todo esto tienes que creer... (p. 10)
Cuántas preguntas querría hacerle a Cristo, la primera en relación a lo último que he visto, la niña [muerta] cuya imagen se me quedó grabada: ¿a qué designio de amor puede responder esa muerte? ¿Qué camino altísimo, invisible para nosotros, los humanos, justifica esa vida robada al mundo? No hay razón posible para esa muerte de inocente, ninguna que yo logre entender. (p. 43)
Dios no está entre mis amigos, lo he buscado a menudo, quizá en los momentos y lugares equivocados, pero siento su mano en la belleza de las cosas, en las interrogantes por las cuales el amor me hace llorar. Él también tiene que ver con mi rapidísima decadencia. (p. 90)
No puedo sino odiarme, por la amistad que habría podido darle, por aquello que él, inútilmente, quizá se esperaba de mí. (p. 206)
He visto algo humano y al mismo tiempo de otro mundo, como un rito proveniente de una tierra muy lejana, dentro de mí no logro encontrar instrumentos para traducirlo a mi lengua. (p. 224)
[La escritura] es incivilizada. Maleducada. No conoce el día ni la noche, no le importa si estoy en medio de la gente. Para ella no existe otra razón más que su existencia, sobre todo y sobre todos. Además, esta vez tengo una fecha de entrega que se me echa encima. Escribo continuamente. En casa, en el coche, en el trabajo y también en el viaje de vuelta, del trabajo a casa. No se libra ni un solo momento. Incluso cuando el bolígrafo no está encima del papel, la obra continúa. Incluso mientras duermo, las palabras me vienen en sueños, distorsionadas, amontonadas. (p. 249)
Daniele Mencarelli, La casa de las miradas, 2020
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