El título de esta novela, La Colmena, evoca la imagen de una colmena de abejas donde cada una cumple su función específica en un entorno milimetrado y determinado.
Los pensamientos, las emociones y las vivencias de los personajes de esta obra se ven atrapados como abejas en una colmena, como metáfora de una sociedad marcada por la opresión y la falta de libertad.
"Cada vida es una novela" (p. 39) dice un personaje de esta obra representativa de la corriente literaria conocida como "tremendismo", que se caracteriza por su retrato crudo y realista de la sociedad y sus problemas. La represión, la hipocresía y la frustración es una contante en cada uno de los personajes.
La trama se desarrolla en el Madrid de posguerra, en un solo día y presenta una serie de personajes de distintos estratos sociales. A través de múltiples voces y perspectivas, Cela nos sumerge en la vida cotidiana de la ciudad, capturando la sensación de desolación, decadencia y la lucha por sobrevivir en un contexto de represión política y penuria económica.
Se exploran temas como la soledad, la alienación, la moralidad y la búsqueda de sentido en un mundo que parece desmoronarse. Los personajes, desde los desfavorecidos hasta los más acomodados, forman una red compleja de interacciones y relaciones que reflejan la realidad de la sociedad sin libertad en ese momento histórico, como abejas en una colmena, que tampoco son libres.
Cela logra crear una imagen memorable de la época,y una reflexión sobre la naturaleza humana cuando sobrevive en una sociedad sin libertad. Quiero señalar el fragmento en que Celestino se hace el loco y cita aforismos de Nietzsche a los guardias sin decirles nunca de dónde los ha sacado (p. 74); la descripción de las noches solitarias de jóvenes que caen en el vicio solitario y muchachas engañadas con sueños dorados (p. 183); o cuando una joven confiesa a su madre por qué huele a tabaco en un diálogo que refleja una patética educación afectivo-sexual (p. 191).
Pero el fragmento que más me ha estremecido de toda la obra es el del perro malherido y agonizante en la calle Torrijos, que acaba en el camión de la basura ante la mirada cínica (en el mal sentido de la palabra) de docenas de personas repugnantes.
La suerte no existe, amigo mío, la suerte es como las mujeres, que se entrega a quienes la persiguen y no a quien las ve pasar por la calle sin decir ni una palabra. (p. 214)
Es más triste un títere degollado que un hombre muerto. (p. 238)
Entre las gentes hay, quizás, algún niño pálido que goza -mientras sonríe siniestramente, casi imperceptiblemente- en ver como el perro no acaba de morir. (p. 244)
Camilo José Cela, La Colmena, 1951
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