¿Qué hay más ridículo que enamorarse perdidamente de alguien inalcanzable y hacer todo lo posible por conquistarla? El germen del amor, para el narrador, es "reconocerse en la multitud". Y así empieza el flechazo del protagonista kafkiano y quijotesco. Marcial trabaja como carnicero y se enamora de Pepita, una mujer fascinante, bella, elegante, culta y rica, que además es estudiante de arte.
El autor extremeño de Lluvia fina narra una historia kafkiana (en el mejor sentido de la palabra, pues sin Kafka no podría entenderse el texto) y también cervantina.
Sin miedo al ridículo, Marcial intenta ganarse su amor de un modo quijotesco, lleno de locuras, en una historia a caballo entre Kafka y Cervantes.
He llorado de risa con la historia de Eulogio, el clérigo de la Córdoba medieval que blasfemaba e insultaba a los moros para conseguir el martirio hasta la decapitación (p. 25). He soltado más de una carcajada en el tren, de modo que la gente se giraba para verme reír. Y he llorado hasta las lágrimas en este fragmento verdaderamente sublime, pero me tempo que para disfrutarlo hay que meterse en el personaje, es decir, leer el libro entero:
Te encuentras a alguien, te dice: "Mañana te llamo y hablamos de lo nuestro", te despides, te vas, piensas: "Si se muere esta noche, ya no tendré que hablar con este necio nunca más". Saludas a Mari Pili, la gentil vecina del quinto, te interesas por su salud, por su trabajo, por su esposo, pero al mismo tiempo estás pensando: "¡Qué buena estás!, ¡Qué polvo te echaba, hija de puta!" (p. 81)
... ya no hay historias que narren grandes hechos, altos afanes, hechos maravillosos, y de todo el pasado esplendor lo único que queda es eso, los desperdicios, y el poso amargo de un sueño, y poco más. (p. 283)
Luis Landero, Una historia ridícula, 2022
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