La pandemia del coronavirus de 2020 fue un punto de inflexión en la era de la posverdad. Siempre han habido pandemias en el mundo. Es propio de la biología. Pero la posverdad es algo nuevo, si la entendemos como la circunstancia en la que los hechos objetivos y los argumentos racionales son menos influyentes que las emociones y las opiniones para conformar la opinión pública.
El filósofo catalán Jordi Pigem entrelaza los horrores de la pandemia y la posverdad para denunciar los aires autoritarios que se aceleran y se imponen en el tecno-capitalismo, en un mundo del masas orteguianas, en la sociedad del espectáculo.
La obra empieza con Erich Fromm para advertir que vamos a una sociedad alienada en la que las personas se robotizan y los robots se humanizan. En la pandemia este peligro se vio claro, por ejemplo, con los perros robot de Singapur que controlaban a la gente en los parques públicos.
El filósofo se adentra en el análisis de dos grandes novelas distópicas, Un mundo feliz de Huxley y 1984 de Orwell, para compararlas con las propuestas actuales del Foro Económico Mundial y otros heraldos del poder del tecno-capitalismo. Se trata de denunciar el control social que sufrimos con el "distraer y alienar" de Huxley y el "vigilar y castigar" de Orwell. Parece que, en la pandemia, hayamos vivido en una distopía.
El problema es que ya no se cree en la Verdad, en el Ideal. Los únicos grandes relatos que se sostienen son los de la técnica, la nueva diosa de los descreídos. Los políticos y gobernantes mienten sin ruborizarse porque no les interesa el bien común, sino el poder. Los medios de comunicación están comprados por los poderes socioeconómicos. Las redes sociales son un pozo de odio y manipulación. Y las agencias de verificación de datos (fact-checkers) en realidad son guardianes de la posverdad, pues responden a unos intereses muy concretos. Incluso las organizaciones internacionales de cierto prestigio, como la OMS, mienten y manipulan (como se demostró después de declarar una falsa pandemia en 2009 por al gripe A, ya que cobraban de las grandes farmacéuticas).
És com si haguéssim de cobrir el buit existencial a base de possessions i de distraccions cada cop més accelerades i més intenses. Amb això perdem l'arrelament, la coherència i la plena presència en l'aquí i ara. I el món que abans anomenàvem real queda substituït per un món centrat en els entreteniments. (p. 15)
La capacitat crítica queda enterbolida per la por, ja sigui la por a un tirà o a un virus. I quan la capacitat crítica queda enterbolida, és més fàcil introduir a Occident elements del totalitarisme orwellià que ja havien començat a emprar-se a la Xina. (p. 45)
El subjecte modern es va esforçar per separar-se del món. I ara no troba el seu lloc. Desarrelat, el subjecte modern se sent insignificant, i per això necessita expandir-se i competir; se sent insegur, i per això necessita certesa i control. Però el que promou el control és el mateix que promou l'alienació. (p. 56)
Jordi Pigem, Pandèmia i postveritat, 2022
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