Vivimos rodados de zumbidos, pantallas parpadeantes y experiencias sensoriales que nos arrastran a la alienación en una sociedad mercado-técnica (o tecno-capitalista). El escritor Pablo d'Ors nos recuerda, en este contexto de espectáculo constante, que "la cantidad de experiencias y su intensidad sólo sirve para aturdirnos".
Para tener un impacto positivo en el mundo son necesarios el silencio y la humildad. El barullo del activismo pueril y emotivista, lleno de soberbia, imposibilita la transformación tanto como las distracciones del alma encadenada a una pantalla.
"Cuando como, como; cuando duermo, duermo", como define un maestro zen citado en el libro. Uno da frutos cuando deja de construir castillos en el aire y se familiariza con la realidad.
El autor afirma que la rutina mata al hombre y que la creatividad lo salva. Nada es ahora como hace un instante. Esto lo saben bien los niños pequeños, que se aburren y de ahí surge una gran creatividad.
La meditación es saber estar aquí y ahora, y descubrir que "a la vida no hay que añadirle nada para que sea vida y, todavía más, que todo lo que le añadimos la desvitaliza".
Sin embargo, muchos intelectuales y profesores universitarios se mofan de la meditación. Pero "son ratas de biblioteca que sólo han leído. No han vivido. Piensan que el mundo cabe en una categoría mental."
Si todo lo que vivo y veo no me sorprende es, porque mientras emerge, o antes incluso que lo haga, lo he sometido a un prejuicio o esquema mental, imposibilitando de este modo que despliegue ante mí todo su potencial.
No sé bien qué es la vida, pero me he determinado a vivirla. De esa vida que se me ha dado, no quiero perderme nada. (...) Estoy dispuesto a que la lluvia me moje y que la brise me acaricie, a tener frío en invierno y calor en verano. He aprendido que es bueno dar la mano a los ancianos, mirar a los ojos de los moribundos, escuchar música y leer historias.
Callar es importante para dar tiempo a que la realidad se manifieste, para no condicionarla, para no abortarla. Para ir a Dios es mejor guardar silencio que hablar mucho, pues quien habla mucho no tiene tiempo para escuchar. (...) El silencio es el más claro indicio de la interioridad; sin silencio no hay vida interior de clase alguna.
Pablo d'Ors, Biografía del silencio, 2012
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