Poet's Abbey (Blog de lecturas)


La casa del ahorcado

 



El tabú es necesario para convivir pero eclipsa el pensamiento racional. "Si bien hay tabúes que mantienen la paz y la unidad social, otros nos dividen y distancian" (y estos últimos se han multiplicado en los últimos años para cercenar los límites de la libertad de expresión).

En Occidente vivimos instalados en el dogma del progreso científico-técnico (por eso nos costó tanto dejar de reírnos del Covid-19 y tomamos medidas demasiado tarde) y en infinidad de tabúes en estos tiempos de la "posverdad" de McIntyre, de la religión posmoderna de la "neoinquisición" de Kaiser, y de "la masa enfurecida" de Murray

La tesis de Soto Ivars es que el tribalismo, la corrección política y la fiebre identitaria (de izquierdas y derechas) hunde sus raíces en el espíritu calvinista de las sociedades protestantes. No hay perdón ni belleza ni reconciliación. En cambio, hay un moralismo asfixiante que ve "pecado" (racismo, sexismo, paternalismo, buenismo, etc) tras las líneas de cualquier texto oral o escrito.

Son tiempos de narcisismos tribales y redes sociales que atrapan y asfixian el espíritu democrático. Cualquier cosa que se diga corre el riesgo de convertirse en esa soga impronunciable de "la casa del ahorcado", como afirma Juan Soto Ivars en este ensayo sobre la corrección política en una sociedad minada por la polarización y los nuevos tabúes.

El autor es crítico con la idea de que haya que buscar en todos los discursos un efecto medible en la sociedad y condenar al autor con una etiqueta infame. Se pregunta, por ejemplo, si los chistes políticamente incorrectos implican o no necesariamente racismo o sexismo. 

Sin duda es más fácil detectar el tabú ajeno que el propio. El tribalismo es propio de ideologías de izquierdas y de derechas. Cada uno ve la paja en el ojo ajeno. Perdona los errores de su grupo ideológico y condena los del contrario. Buscamos identidades que nos sostengan en sociedad, nos refugiamos en tribus y vamos con cuidado de no contradecir la ortodoxia ideológica para evitar que nos señalen como herejes. Y esto supone el fin de la "sociedad abierta" que señalaba Popper. Porque si el tribalismo es el estadio previo a la civilización, es importante mantener la mente abierta para criticar a la propia tribu. 

La censura tribal implica miedo a ofender a personas del mismo marco ideológico, pues los otros te pueden purgar como un hereje, según el autor. Y así las ideologías se vuelven más monolíticas. El tabú impide que se investiguen posturas que se acerquen a la verdad pero que atentan los cimientos de las convicciones de esos grupos. 

El tabú es necesario para la vida social. No es algo necesariamente negativo. Hay ciertas cosas que deben ser tabú, ciertas cosas que es mejor no saber, como apunta Shattuck en El conocimiento prohibido (2001). El problema es fijar los límites éticos de la investigación humana sobre el ADN, las armas de destrucción masiva o la inteligencia artificial. 

La "innombrable soga" que asfixia la democracia occidental, según Soto Ivars, es el tabú que impide un diálogo sincero y un razonamiento crítico sobre las ideologías dominantes, pues "en una guerra tribal todos se ven como víctimas de un sistema puesto en su contra". Así, ahorcados por nuestro miedo a la verdad acabamos prisioneros de los narcisismos tribales.


...el tabú más poderoso y extendido en las sociedades de consumo: aquel que nos impide aceptar que todo tiene un límite, que todo lo bueno se acaba y que somos vulnerables.


...ni siquiera consideramos tabú aquello sobre lo que no nos atrevemos a pensar o que nos parece de sentido común que no se permita. Era como si, por su propia naturaleza opaca, el tabú se hiciera invisible a la mirada.


...nuestro juicio moral nace de la parte emocional y sólo después empezamos a usar el raciocinio para justificar nuestro asco. 


Juan Soto Ivars, La casa del ahorcado, 2021

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