Mi amigo Alberto me regaló este libro convencido de que "somos la primera generación que vive peor que nuestros padres". La obra de Ana Iris Simón recoge esta tesis ante el reto demográfico que sufre Europa. De hecho, la primera línea es toda una declaración de intenciones: "Me da envidia la vida que tenían mis padres a mi edad."
La generación de nuestros padres se casó joven y tuvieron hijos pronto. Pero ahora la cosa es diferente: ya casi nadie se casa y muy pocos se plantean tener un hijo antes de los treinta. La autora recuerda que las sinergias sociales han cambiado. Antes el imperativo social era formar una familia y firmar una hipoteca. Ahora, en cambio, el imperativo es ahorrar un año para ir de vacaciones a Tailandia y sobrevivir en el mileurismo.
Hemos pasado de los vínculos comunitarios estables al hiperindividualismo y la precariedad, de la huelga revolucionaria a la crítica del pulgar en las redes sociales, de la lucha por la justicia de los trabajadores al tabú y la autocensura de los ofendiditos.
Como recuerda el profesor D. Becerra de la UAM: "Todo texto responde a una visión del mundo, que siempre es ideológica. Lo que sucede es que la ideología no es un discurso puro y limpio, totalmente homogéneo, sino que es una acumulación de contradicciones. Por eso un texto puede contener a la vez elementos que podrían tildarse de reaccionarios y otros de los que posiblemente podría emerger un nuevo mundo. Leer la ideología del texto es leer a través de los huecos que dejan esas contradicciones. El sentido del texto no se halla en un lado u otro de la contradicción, sino en el espacio que se encuentra entre ellas".
Estas páginas hurgan en la herida que tiene que ver con la crisis actual, que va más allá de la crisis económica de 2008 y de la crisis sanitaria de 2020. Es una crisis moral, de la estafa de la posverdad, de la incertidumbre sociopolítica y de la grave precariedad laboral.
Este libro, por tanto, permite muchas lecturas, desde una nostálgica que idealiza un tiempo pasado y volver a la tradición y al pueblo, hasta otra más reivindicativa y política de los jóvenes sin futuro (ni presente ni pasado) que ocuparon las plazas los primeros días (sólo los primeros días) del 15M.
...nada más español que preguntarse qué es España y qué somos los españoles.
Por eso [nos hemos encerrado tanto en nosotros mismos...] rara vez nos ponemos escote y los labios rojos para estar solas en casas, de la misma forma que el pavo real no despegaría su cola si no hubiera una pava a la vista.
Igual nos habíamos igualado por el lado malo. Yo quería ser un poco mujer florero. Creo que en realidad no quería decir mujer florero, sino ama de casa (…). Si estábamos intentando derruir el mito del amor romántico (…) no era porque fuera dañino, no lo negábamos tampoco, todo tiene sus cosas, sino porque éramos y somos mediocres y a los mediocres no les gusta intuir nada que aspire a lo sublime o a lo épico.
Nos pasamos la adolescencia y la primera juventud deseando no parecernos a nuestros padres y cuando crecemos, o igual es que crecemos por eso, nos damos cuenta de que casi todo lo que tenemos de bueno no es nuestro, sino suyo.
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