Después de la obra El mendigo alegre, el escritor berlinés Louis de Wohl nos regala La luz apacible, una novela sobre otro gran hombre del siglo XIII, el inconmensurable Tomás de Aquino.
Leer una novela sobre el gran filósofo medieval no está bien visto por los ojos inquisidores y puritanos del Gran Hermano que nos vigilan en la pantalla, y peor aún tener la osadía de aventurarse a sus textos.
Sin embargo, creo con Chesterton que leer a Tomás de Aquino hoy en día es como "escapar de una pelea en un cuarto oscuro a la plena luz del día".
Esta novela invita a leer las obras del gran filósofo que dijo, al final de su vida, que todo lo que había escrito, una auténtica catedral gótica del pensamiento, era paja al lado de lo realmente importante, el Amor de Dios.
Eran las seis de la madrugada de una fría mañana de comienzos de marzo. La capilla estaba helada. Las manos del fraile, alzadas durante largo rato siguiendo el ritual, se agarrotaban. Eran casi incapaces de pasar las páginas del misal. Cuando tocaban la patena o el cáliz de plata, parecía que quemaban. Fuera era todavía noche cerrada y la única luz provenía de las dos velas encendidas sobre el altar y la lamparilla del sagrario.
(Alberto Magno) siempre está rodeado de libros extaños y peligrosos... de alquimia... y de magia negra y cosas así... Por eso le temen.
La verdad es la adecuación o conformidad entre la visión intelectual y el objeto considerado. El error, la no conformidad. (...). Solo Dios puede conocer la verdad total. Pero eso no quiere decir que nuestro conocimiento, aunque sea parcial, tenga que ser falso.
La imperfección necesariamente tenía que estar unida a un Bien preexistente. El Mal era una imperfección del Bien, una privación de Bien, una perversión del Bien. Por sí mismo, el Mal no era nada. Por sí mismo, no tenía ser. No era un ente, una entidad...
Su mayor logro ha sido que ha convertido la filosofía en un arma poderosa al servicio de Cristo. No sólo ha conseguido hacer una feliz síntesis del pensamiento cristiano y la filosofía aristotélica, sino que ha logrado también infundir a la misma filosofía el soplo del Espíritu Santo.
Louis de Wohl, La luz apacible, 1983
Comentarios