Leer esta novela en verano me lleva a mis años universitarios en Barcelona, cuando yo también vivía entre dos mundos opuestos: el de los charnegos barriobajeros y el de los pijos de Sant Gervasi y Pedralbes.
La apelación conservadora a la responsabilidad individual es inconsecuente desde el punto de vista moral y sociológico. La igualdad de oportunidades, en la sociedad occidental, es una quimera, ya que algunos corren con un peso atado en el pie y otros nacen con un pan bajo el brazo. Las desigualdades materiales de origen familiar se perpetuan e inciden, incluso, en diferencias abismales de esperanza de vida dentro de la misma ciudad.
¿Debería recordarles que el chico era un obrero: es decir, una persona que no está para alardes dialécticos, un hombre con otros problemas?
Lo mismo que el dinero, la inteligencia y el color sano de piel, los ricos heredan también esa sonrisa perenne, como los pobres heredan dientes roídos, frentes aplastadas y piernas torcidas.
Juan Marsé, Últimas tardes con Teresa, 1966
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