
Por tanto, educar es ayudar a otro a orientarse libremente hacia aquello que le haga crecer como persona, no reproducir copias y moldes útiles y competenciales de gran eficacia técnica e ideológica, "bestias hábiles", como diría Nietzsche. Sólo se puede educar verdaderamente desde una concepción antropológica del ser humano que sea humanista y realista, no relativista ni escéptica. La experiencia y la razón son los motores del conocimiento del mundo para buscar uno mismo, en compañía del otro, el valor de las cosas: no producir un tipo de hombre, sino liberar a la persona.
Educar es introducir a la realidad, y eso resulta imposible desde el relativismo y el escepticismo, tan cínicos con la verdad. Si el objetivo de la educación es guiar al ser humano hacia sus propios logros, estamos primero obligados a responder la pregunta filosófica sobre qué nos hace humanos.
La educación del hombre es un despertar a la humanidad. (p. 27)
El derecho del niño a ser educado requiere que el educador tenga autoridad moral sobre él; esta autoridad no es más que el deber del adulto hacia la libertad del joven. (p. 56)
La tarea del profesor es, sobre todo, la de procurar una liberación. (p. 63)
El arte real de la educación es que el niño esté atento a los propios recursos y potencialidades que le llevan a disfrutar de la belleza que supone hacer bien las cosas. (p. 64)
Provocar dudas inteligentes, preferir buscar a encontrar, y plantear de forma continua problemas sin llegar a resolverlos son los grandes enemigos de la educación. (p. 77)
El primer deber del maestro es desarrollar en sí mismo, por amor a la verdad, convicciones profundamente arraigadas, manifestarlas con franqueza y disfrutar siempre, por supuesto, de ver cómo el alumno desarrolla sus propias convicciones personales, quizá contra las del maestro. (p. 171)
La idea de educación liberal para todos me parece el fruto tardío de un principio cristiano, algo estrechamente ligado a la idea cristiana de la dignidad espiritual del hombre y de la igualdad fundamental de todos ante Dios. (p. 181)
Jacques Maritain, La educación en la encrucijada, 1946
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