El escritor italiano era un marino fracasado. Viajó poco, pero su mente recorría los océanos y continentes más alejados como el francés Julio Verne. Quería tener una vida auténtica, a ser como sus protagonistas Sandokán o el Corsario Negro. Pero la realidad era más poderosa que su imaginación. Emilio Salgari amaba las historias de piratas y bucaneros. Pero, harto de la realidad en la que le había tocado vivir, se suicidió en 1911 de la manera más exótica -abriéndose el vientre con un yatagán, según el rito japonés del hara-kiri.
Vestía completamente de negro y con una elegancia que no era habitual entre los filibusteros del gran golfo de México, hombres que se conformaban con un par de calzones y una camisa y que cuidaban más sus armas que la indumentaria.
Emilio Salgari, El corsario negro, 1898
Vestía completamente de negro y con una elegancia que no era habitual entre los filibusteros del gran golfo de México, hombres que se conformaban con un par de calzones y una camisa y que cuidaban más sus armas que la indumentaria.
Emilio Salgari, El corsario negro, 1898
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