Toda la sabiduría humana se encierra en dos verbos: confiar y esperar. En estas dos palabras se podría resumir la magnífica obra del escritor francés Alejandro Dumas, que (con la ayuda invisible de Auguste Maquet) narra la historia de venganza y redención de Edmond Dantés, un joven marino, bueno e inocente, que es encarcelado injustamente.
He leído esta novela dos veces y me ha conmovido tanto que, en las dos ocasiones, no pude levantarme del sillón aplastado por el peso moral del libro.
El primer problema que plantea es la virtud de la inocencia que, sin conocimiento, se convierte en el error de la ingenuidad. "Importa mucho conocer el terreno que pisamos y más aún la identidad de los que quieren nuestra ruina", como dice el fiscal Villefort.
El segundo gran problema es el tema de la justicia. El complot perpetrado por la codicia de Danglars, los celos de Fernand y la ambición de Villefort merece ser castigado de alguna manera. ¿Cómo restaurar el daño cometido a un inocente que pasó catorce años en una celda? Esta condena injusta le lleva a perder el amor de su vida, un trabajo prometedor en la marina y el cariño de un anciano padre.
Y, por último, tenemos la cuestión de la venganza. ¿Puede Edmond vengarse de sus enemigos sin perder su humanidad? Ese, quizá, es el meollo de toda la novela. El protagonista es astuto y planea la mejor forma de vengarse de los tres o cuatro traidores innombrables que le fastidiaron la vida.
Pero cuando cumple su objetivo se pregunta si el dolor le ha corrompido, si la venganza le ha envenenado: "¿Acaso he perseguido un objetivo insensato y equivocado? Debo recuperarme, el conde debe reencontrar al joven Dantés. O me volveré loco...".
Edmond "se creyó un instante igual a Dios" y eso fue su desgracia como conde de Montecristo. Pero, al final, aprende que el mal no se vence con el mal. El mal sólo puede vencerse con el bien.
Sólo la esperanza y la confianza en un auténtico deseo de bien y de justicia pueden redimirle del destino cruel que le roba la juventud y la vida.
En la vida sólo hay una preocupación: la de la muerte. Y qué, ¿no os parece curioso estudiar de cuántas maneras puede el alma salir del cuerpo, y cómo, según los carácteres, los temperamentos y aun las costumbres del país, sufren los individuos ese supremo traspaso del ser a la nada? En cuanto a mí, os respondo una sola cosa: que mientras más he visto morir, más fácil me parece. La muerte será un suplicio, pero no una expiación. (p. 378)
Alejandro Dumas, El Conde de Montecristo, 1844
En la vida sólo hay una preocupación: la de la muerte. Y qué, ¿no os parece curioso estudiar de cuántas maneras puede el alma salir del cuerpo, y cómo, según los carácteres, los temperamentos y aun las costumbres del país, sufren los individuos ese supremo traspaso del ser a la nada? En cuanto a mí, os respondo una sola cosa: que mientras más he visto morir, más fácil me parece. La muerte será un suplicio, pero no una expiación. (p. 378)
Alejandro Dumas, El Conde de Montecristo, 1844
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