En Dalarna viví una etapa muy feliz de mi vida, gracias a una beca europea, como estudiante de Magisterio en la escuela superior Hogskölan. Aunque algunos poetas advierten que es mejor no regresar allí dónde has sido feliz, este verano he tenido la suerte de pasar unos días en mi pueblo sueco, Falun, en el esplendor del lago Siljan y en el paraíso de Hosjön. En el tren de regreso a Estocolmo he leído la mitad del libro de Harry Martinson, premio Nobel de Suecia, en 1974.
La felicidad "quiere tener en su punto exacto de temperatura el destino, las oraciones y la cerveza", como dice el narrador de Las ortigas florecen (p. 15), con un toque un poco chestertoniano.
En esta novela sobre la terrible infancia de un niño abandonado llamado Martin, he encontrado la mejor definición del país que me cambió la vida. Mirando los paisajes de Dalarna por la ventana del tren, con un dedo en la novela de Martinson, he agradecido estar en esa parte del mundo, en ese mismo instante.
Suecia es uno de los países más particulares y más melancólicos del mundo. Su alma está impregnada de cuentos populares. En este país hay algunos lagos escondidos, llenos de nenúfares, que solamente están cavilando cuentos y burbujeando esperanzas.
(p. 123)
Harry Martinson, Las ortigas florecen, 1935
La felicidad "quiere tener en su punto exacto de temperatura el destino, las oraciones y la cerveza", como dice el narrador de Las ortigas florecen (p. 15), con un toque un poco chestertoniano.
En esta novela sobre la terrible infancia de un niño abandonado llamado Martin, he encontrado la mejor definición del país que me cambió la vida. Mirando los paisajes de Dalarna por la ventana del tren, con un dedo en la novela de Martinson, he agradecido estar en esa parte del mundo, en ese mismo instante.
Suecia es uno de los países más particulares y más melancólicos del mundo. Su alma está impregnada de cuentos populares. En este país hay algunos lagos escondidos, llenos de nenúfares, que solamente están cavilando cuentos y burbujeando esperanzas.
(p. 123)
Harry Martinson, Las ortigas florecen, 1935
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