Uno de los regalos más tentadores para un escritor o una escritora puede ser un libro bellamente encuadernado y con páginas en blanco. El reto que supone el libro virginal en las manos es enorme. Aquel objeto mudo se convierte, sediento de tinta, en un deseo irrefrenable de colmar las páginas de letras y dibujos.
Esto es lo que me pasó al empezar el Camino de Santiago, y descubrir en mi mochila de peregrino ese objeto de deseo, que mi amante había colocado la noche anterior a mi partida.
Y también lo que le ocurrió al poeta malagueño José Antonio Muñoz Rojas, de la Generación del 36, con un libro encuadernado en piel, con páginas en blanco, que le regaló su hermano en la Casería del Conde.
¿Quién sabe las razones de un amor? Son secretas como las aguas bajo la tierra, que luego salen en manantial donde menos se espera. Nada se guarda y el amor menos que nada. A fuerza de pasar los ojos sobre este campo, lo vamos conociendo como el cuerpo de una enamorada, distinguimos todas sus señales, sabemos la ocasión del gozo, la de la esquivez. ¡Oh enorme cuerpo del amante! Por tus barrancos y por tus veras, por tus graciosos cielos, por tus caminos, ya polvorientos, ya encharcados, por agostos y por eneros, te he cabalgado. Tú también conoces los cascos de mi caballo. En la más dura coscoja, en la matilla más oculta, en vuelo y en terrón, en todo te he buscado.
José Antonio Muñoz Rojas, Las cosas del campo, 1951
Esto es lo que me pasó al empezar el Camino de Santiago, y descubrir en mi mochila de peregrino ese objeto de deseo, que mi amante había colocado la noche anterior a mi partida.
Y también lo que le ocurrió al poeta malagueño José Antonio Muñoz Rojas, de la Generación del 36, con un libro encuadernado en piel, con páginas en blanco, que le regaló su hermano en la Casería del Conde.
¿Quién sabe las razones de un amor? Son secretas como las aguas bajo la tierra, que luego salen en manantial donde menos se espera. Nada se guarda y el amor menos que nada. A fuerza de pasar los ojos sobre este campo, lo vamos conociendo como el cuerpo de una enamorada, distinguimos todas sus señales, sabemos la ocasión del gozo, la de la esquivez. ¡Oh enorme cuerpo del amante! Por tus barrancos y por tus veras, por tus graciosos cielos, por tus caminos, ya polvorientos, ya encharcados, por agostos y por eneros, te he cabalgado. Tú también conoces los cascos de mi caballo. En la más dura coscoja, en la matilla más oculta, en vuelo y en terrón, en todo te he buscado.
José Antonio Muñoz Rojas, Las cosas del campo, 1951
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