"La falta de educación para el pobre es una desventaja mayor que la pobreza." La educación es el arma más poderosa para transformar el mundo, pero si no hay igualdad de oportunidades no hay justicia.
El maestro de la palabra, Benito Pérez Galdós, nos abre la vetusta puerta de un café madrileño de siglo XIX y nos introduce, a través del intenso humo de las pipas, del olor a madera mojada por los vasos de licor y del agradable murmullo de conversaciones entorno a las tazas manchadas de los cafés, a "dos historias de casadas", la bella Fortunata y la espiritual Jacinta, dos desgraciadas enamoradas de un hombre profundamente egoísta y cruel, incapaz de corresponder al verdadero deseo de amar de los corazones rotos.
"Los sueños suelen herir el corazón más que la realidad", dice un desgraciado personaje de esta gran novela. "El pueblo no conoce la dignidad. Sólo le mueven sus pasiones o el interés". ¿Dónde están, pues, las cadenas de la sociedad inútil e incapaz de cambiar su destino? En los cafés de Galdós se discutía esto precisamente para romperlas.
En nuestros cafés se habla de cuanto cae bajo la ley de la palabra humana desde el gran día de Babel, en que Dios hizo las opiniones. Óyense en tales sitios vulgarudades groseras, y también conceptos ingeniosos, discretos y oportunos. Porque no sólo van al café los perdidos y maldicientes; también van personas ilustradas y de buena conducta. Hay tertulias de militares, de ingenieros; las de empleados y estudiantes son las que más abundan, y los provincianos forasteros llenan los huecos que dejan. En un café se oyen las cosas más necias y también las más sublimes. Hay quien ha aprendido todo lo que sabe de filosofía en la mesa de un café, de lo que se deduce que hay quien en la misma mesa pone cátedra amena de los sistemas filosóficos. (...) No todo es frivolidad, anécdotas callejeras y mentiras. El café es como una gran feria en la cual se cambian infinitos productos del pensamiento humano. Claro que dominan las baratijas; pero entre ellas corren, a veces sin que se las vea, joyas de inestimable precio.
(p. 512)
Benito Pérez Galdós, Fortunata y Jacinta, 1887
El maestro de la palabra, Benito Pérez Galdós, nos abre la vetusta puerta de un café madrileño de siglo XIX y nos introduce, a través del intenso humo de las pipas, del olor a madera mojada por los vasos de licor y del agradable murmullo de conversaciones entorno a las tazas manchadas de los cafés, a "dos historias de casadas", la bella Fortunata y la espiritual Jacinta, dos desgraciadas enamoradas de un hombre profundamente egoísta y cruel, incapaz de corresponder al verdadero deseo de amar de los corazones rotos.
"Los sueños suelen herir el corazón más que la realidad", dice un desgraciado personaje de esta gran novela. "El pueblo no conoce la dignidad. Sólo le mueven sus pasiones o el interés". ¿Dónde están, pues, las cadenas de la sociedad inútil e incapaz de cambiar su destino? En los cafés de Galdós se discutía esto precisamente para romperlas.
En nuestros cafés se habla de cuanto cae bajo la ley de la palabra humana desde el gran día de Babel, en que Dios hizo las opiniones. Óyense en tales sitios vulgarudades groseras, y también conceptos ingeniosos, discretos y oportunos. Porque no sólo van al café los perdidos y maldicientes; también van personas ilustradas y de buena conducta. Hay tertulias de militares, de ingenieros; las de empleados y estudiantes son las que más abundan, y los provincianos forasteros llenan los huecos que dejan. En un café se oyen las cosas más necias y también las más sublimes. Hay quien ha aprendido todo lo que sabe de filosofía en la mesa de un café, de lo que se deduce que hay quien en la misma mesa pone cátedra amena de los sistemas filosóficos. (...) No todo es frivolidad, anécdotas callejeras y mentiras. El café es como una gran feria en la cual se cambian infinitos productos del pensamiento humano. Claro que dominan las baratijas; pero entre ellas corren, a veces sin que se las vea, joyas de inestimable precio.
(p. 512)
Benito Pérez Galdós, Fortunata y Jacinta, 1887
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