Poet's Abbey (Blog de lecturas)


Himnos a la noche





El poeta romántico Novalis canta a la nocturnidad con seis himnos poéticos. Expresa su pesar por el exilio de los dioses antiguos, pero considera que lo sagrado ha regresado. La teofanía que marca un punto de inflexión en la Historia es la llegada de la Virgen María y su Hijo Jesucristo, que es la luz que acaba con la oscuridad de la muerte, la nueva alianza que permite regresar a la "patria antigua", el hogar que se había perdido por el pecado original. 

El poeta niega toda posibilidad de salvación sin la mediación de la gracia divina, y se pregunta si la Luz se ha olvidado de sus hijos que esperan con "la fe de la inocencia" en la noche, que es "un bálsamo precioso". Y emprende su "Misteriosa ruta hacia adentro", su lema filosófico y poético. Esa senda misteriosa es el camino que conduce a la eternidad, pero no es un itinerario luminoso, sino una peregrinación entre sombras.

De algún modo, el poeta alemán se identifica con Dante al encontrarse perdido e iniciar el descenso al inframundo con la visión salvadora de la belleza de la mujer amada. Si el poeta italiano encontraba una perfecta arquitectura de las instancias celestiales en la salvación por la redención del amor, el joven alemán se tiene que adentrar a un sendero oscuro que conduce al retorno de lo divino.

En la noche, y no en la luz del día, el poeta encuentra el Misterio y se arrodilla ante lo sublime.

 


¿Ha de volver siempre la mañana? 

¿No tendrá nunca fin el poder de la tierra?
Siniestra agitación devora el vuelo celestial 
de la noche que se acerca. 
¿No va a arder para siempre la ofrenda secreta del amor? 
Los días de la luz están contados; 
pero fuera del tiempo y del espacio está el imperio de la noche. 
El sueño dura eternamente. Sagrado sueño 
— no escatimes la felicidad a los que en esta jornada terrena se consagran a la noche. 
Sólo los insensatos te ignoran y no conocen otro sueño que el de la sombra que tú, 
compasiva, arrojas sobre nosotros en el crepúsculo de la noche verdadera. 
Ellos no te sienten en el dorado mosto de las uvas 
— ni en el aceite milagroso del almendro, 
ni en la parda savia de la amapola. 
No saben que eres tú la que envuelve los pechos de la tierna muchacha 
y convierte su regazo en un edén 
— no sospechan siquiera que tú, 
desde antiguas historias, 
sales a nuestro encuentro abriéndonos las puertas del cielo, 
trayendo la llave de las moradas de los bienaventurados, 
silenciosa mensajera de infinitos misterios.

Novalis, Himnos a la noche, II, (1772-1801)


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