Poet's Abbey (Blog de lecturas)


Los intereses creados

"No todo es farsa en la farsa, que hay algo divino en nuestra vida que es verdad y es eterno", dice el premio Nobel de Literatura, el madrileño Jacinto Benavente, por boca de Silvia en Los intereses creados.

El personaje femenino, lleno de amor, se dirige al público al final. Mira fijamente a los espectadores que han contemplado la genial representación, y les recuerda, como corolario de esta historia de engaños y enamoramientos, que quizá el mundo no sea una farsa como pretenden los pesimistas, porque a través del amor podemos descubrir que llevamos la impronta de la divinidad en nuestra alma y que, por tanto, aún hay esperanza.

El público enmudece ante la verdad de la historia que se ha contado. Los jóvenes se quedan pensativos mientras los viejos se quedan aplastados en el asiento. Silvia se retira mientras va cayendo poco a poco el telón, antes de que el personaje desaparezca y regrese la actriz que le ha encarnado.

Entonces, tras unos segundos de silencio sepulcral, la gente empieza a aplaudir rabiosamente, cada vez más fuerte. De pronto, alguien sube al mismo Benavente a sus hombros y el teatro Lara se viene abajo. La multitud enfervorecida le vitorea, en un gran jolgorio que dura varios minutos. Luego le sacan por la puerta grande, como si fuera un torero, y lo llevan así, a hombros, hasta su casa, y todo Madrid se convierte en un espectáculo.


Pero entre todos ellos, desciende a veces del cielo al corazón un hilo sutil, como tejido con luz del sol y con luz de luna: el hilo del amor, que a los humanos, como a esos muñecos que semejan humanos, les hace parecer divinos, y trae a nuestra frente resplandores de aurora, y pone alas en nuestro corazón y nos dice que no todo es farsa en la farsa, que hay algo divino en nuestra vida que es verdad y es eterno, y no puede acabar cuando la farsa acaba.


Jacinto Benavente, Los intereses creados, 1907

Comentarios