El señor Golding era un maestro de escuela y un actor de teatro cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Entonces debió despedirse de sus alumnos y sus libros para alistarse en la Marina y defender Inglaterra de los submarinos alemanes.
Después de la contienda, el viejo maestro se sentó a escribir una historia increíble.
Después de la contienda, el viejo maestro se sentó a escribir una historia increíble.
La novela se abre con un avión que tiene un accidente y cae en una isla desierta. Los supervivientes son un puñado de niños de seis a doce años.
El grupo se divide entre los que quieren proteger la hoguera para que les vengan a rescatar (el fuego es símbolo del progreso humano desde el mito de Prometeo) y los que prefieren pasarlo bien con el líder de los cazadores (símbolo de la dictadura).
El autor reflexiona sobre las deficiencias y las posibilidades de la condición humana: el nacimiento de la sociedad, la lucha entre el bien (la solidaridad) y el mal (el egoísmo), el sentido de la vida, la violencia, la irracionalidad...
Muchos han visto en esta obra bestial de un gran Premio Nobel de Literatura, una alegoría tremenda sobre la crueldad humana, la lucha entre civilización y barbarie, y la pérdida de la inocencia.
Roger se inclinó, cogió una piedra, apuntó y la tiró a Henry, con decidida intención de errar. La piedra, recuerdo de un tiempo inverosímil, botó a unos cuatro metros a la derecha de Henry y cayó en el agua. Roger reunió un puñado de piedras y empezó a arrojarlas. Pero respetó un espacio, alrededor de Henry, de unos cinco metros de diámetro. Dentro de aquel círculo, de manera invisible pero con firme fuerza, regía el tabú de su antigua existencia. Alrededor del niño en cuclillas aleteaba la protección de los padres y el colegio, de la policía y la ley. El brazo de Roger estaba condicionado por una civilización que no sabía nada de él y estaba en ruinas.
William Golding, Lord of the Flies, 1954
Roger se inclinó, cogió una piedra, apuntó y la tiró a Henry, con decidida intención de errar. La piedra, recuerdo de un tiempo inverosímil, botó a unos cuatro metros a la derecha de Henry y cayó en el agua. Roger reunió un puñado de piedras y empezó a arrojarlas. Pero respetó un espacio, alrededor de Henry, de unos cinco metros de diámetro. Dentro de aquel círculo, de manera invisible pero con firme fuerza, regía el tabú de su antigua existencia. Alrededor del niño en cuclillas aleteaba la protección de los padres y el colegio, de la policía y la ley. El brazo de Roger estaba condicionado por una civilización que no sabía nada de él y estaba en ruinas.
William Golding, Lord of the Flies, 1954
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