Hay libros que se tienen que leer en un lugar especial. En Cracovia disfrutaba con los divertidos cuentos de Mrozek en el tranvía 15, que me llevaba del centro a Nowa Huta, con la música de fondo de las conversaciones cotidianas de los polacos. Porque ese idioma es musical y romántico. En Barcelona, en mis tiempos de estudiante, paseaba con Mercè Rodoreda en el barrio de Gràcia. Y ahora, en los Estados Unidos, necesito meter mano no sólo a las americanitas fáciles, sino también a los grandes autores norteamericanos. Arthur Miller, no sé por qué, se lee mejor en la soledad de los campos de maíz del Midwest.
Ten cuidado, Elizabeth Proctor... no te aferres a ninguna fe cuando la fe trae sangre. Es ley equivocada la que te lleva al sacrificio. La vida, mujer, la vida es el más precioso don de Dios; ningún principio, por muy glorioso que sea, puede justificar que se la arrebate.
Arthur Miller, The Crucible, 1953
Ten cuidado, Elizabeth Proctor... no te aferres a ninguna fe cuando la fe trae sangre. Es ley equivocada la que te lleva al sacrificio. La vida, mujer, la vida es el más precioso don de Dios; ningún principio, por muy glorioso que sea, puede justificar que se la arrebate.
Arthur Miller, The Crucible, 1953
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