Un anciano de origen asiático llega a Occidente en un barco, sin pecunia ni equipaje. Lleva en brazos a su única nieta, su bebé, que lo es todo, absolutamente todo, para él. En un parque donde lleva a pasear a su querida nieta conoce un día a un buen hombre, que se sienta con él. Al principio, como es lógico, no se pueden entender porque hablan idiomas distintos; pero lo asombroso es que el entendimiento entre ambos va creciendo poco a poco y van labrando una profunda y verdadera amistad en sus encuentros esporádicos en el parque.
Philippe Claudel narra una sencilla y hermosa historia de amistad entre un emigrante anciano y su amigo solitario. En una sociedad posmoderna, masificada, despersonalizada, materialista, anónima, se produce el milagro entre dos personas, en medio de la más absoluta soledad, cuando las palabras son lo de menos.
El señor Bark arroja el cigarrillo mentolado al suelo y lo aplasta con el talón. Se siente cansado e inutil. Lleva días y días viniendo al banco. Se pasa la tarde entera sentado allí, solo, durante toda la semana, y ahora también los domingos. El señor Taolai no ha vuelto a aparecer y el señor Bark no para de pensar en él. Lo apreciaba. Apreciaba su sonrisa, sus atenciones, su respetuoso silencio, la canción que murmuraba, y también sus gestos. Era su amigo. Se entendian sin necesidad de largos discusos.
Philippe Claudel, La nieta del señor Linh, 2006.
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