Ya casi nadie escribe cartas. El correo electrónico, con todas sus ventajas, ha ganado terreno a ese antiguo medio de comunicación. Se ha perdido el placer de recibir un sobre en el buzón con el remite de un amigo. Ahora son los recibos del banco, facturas o propaganda lo que llenan los tristes buzones cada mañana. Hoy en día es insólito recibir una carta personal. Es afortunada la persona que, en el siglo XXI, encuentra un sobre especial entre tanta basura; pero es más afortunada todavía la que apaga el ordenador y se sienta en silencio ante un papel y escribe unas líneas muy cuidadas con su puño y letra, lo dobla y lo mete en un sobre, que puede ser de color, y se preocupa en ir a un estanco para pegar un sello y enviarlo por correos.
Recuerdo que cuando vivía en Canadá llegué a escribir decenas de cartas, casi una a diario, a una novia que tenía en Polonia, enamorada y hermosa. Tampoco puedo olvidar la correspondencia, que tanto tardaba, de un amigo, cuando yo estudiaba en Suecia y esperaba como loco sus cartas para meter el sobre en mi mochila, coger la bici y llegar al lago Varpan, donde no había nadie. Tanto quería a mi amigo que el acto solemne de abrir el sobre y leer su contenido tenía que ser en un lugar especial, no en una habitación. Mis cartas de Irlanda, tan auténticas por lo que allí viví, están en manos de un antiguo amor que quizá las tenga aún ceñidas con un lazo verde y guardadas en un cajón, o quizá ya se han perdido para siempre.
Ahora, desde Estados Unidos de América, procuro reservarme este placer de escribir a personas muy especiales, sin esperar nada más que la felicidad de regalar algo muy íntimo a un amigo y dar un sentido romántico al monótono trabajo de cartero.
Carta de una desconocida, de Zweig, se tiene que leer como si uno fuera el dueño de esa carta. Hay que dejarse llevar por el contenido feroz de esas líneas para meterse en la piel del viejo escritor, que es incapaz de recordar a un antiguo amor.
Terminó la carta con manos temblorosas. Después reflexionó largamente. En su conciencia se clavó el recuerdo confuso de una niña de la vecindad, de una muchacha, de una mujer en un establecimiento nocturno; pero el recuerdo era indeciso y vago como una piedra que brilla y tiembla en el fondo del agua sin que pueda concretarse su forma. Sombras que van y vienen, pero que no dibujan ninguna imagen. Sentía reflejos de antiguos sentimientos, pero no recordaba...
Stefan Zweig, Brief einer Unbekannten, 1927
Recuerdo que cuando vivía en Canadá llegué a escribir decenas de cartas, casi una a diario, a una novia que tenía en Polonia, enamorada y hermosa. Tampoco puedo olvidar la correspondencia, que tanto tardaba, de un amigo, cuando yo estudiaba en Suecia y esperaba como loco sus cartas para meter el sobre en mi mochila, coger la bici y llegar al lago Varpan, donde no había nadie. Tanto quería a mi amigo que el acto solemne de abrir el sobre y leer su contenido tenía que ser en un lugar especial, no en una habitación. Mis cartas de Irlanda, tan auténticas por lo que allí viví, están en manos de un antiguo amor que quizá las tenga aún ceñidas con un lazo verde y guardadas en un cajón, o quizá ya se han perdido para siempre.
Ahora, desde Estados Unidos de América, procuro reservarme este placer de escribir a personas muy especiales, sin esperar nada más que la felicidad de regalar algo muy íntimo a un amigo y dar un sentido romántico al monótono trabajo de cartero.
Carta de una desconocida, de Zweig, se tiene que leer como si uno fuera el dueño de esa carta. Hay que dejarse llevar por el contenido feroz de esas líneas para meterse en la piel del viejo escritor, que es incapaz de recordar a un antiguo amor.
Terminó la carta con manos temblorosas. Después reflexionó largamente. En su conciencia se clavó el recuerdo confuso de una niña de la vecindad, de una muchacha, de una mujer en un establecimiento nocturno; pero el recuerdo era indeciso y vago como una piedra que brilla y tiembla en el fondo del agua sin que pueda concretarse su forma. Sombras que van y vienen, pero que no dibujan ninguna imagen. Sentía reflejos de antiguos sentimientos, pero no recordaba...
Stefan Zweig, Brief einer Unbekannten, 1927
Comentarios
Con respecto a lo que has escrito en relación a las cartas, si supieras cuanto tiempo hace que yo las añoro. las últimas las escribi desde el servicio militar y de eso ya hace unos años.
Salud, Suerte y Fuerza.
Un amigo: Pilgrin
Y ya sabes, siempre estás a tiempo de escribir una carta a mano. ¡Yo todavía lo hago!
¡Se aprende mucho de conserje!