
Camus la escribió poco antes de la Segunda Guerra Mundial, y fue estrenada en París en 1945. Probablemente, para los primeros espectadores se pudo interpretar como un duro alegato contra los totalitarismos. Pero también nos plantea una reflexión profunda sobre el sentido de la existencia, el dolor y eso que llamamos amor.
El amor no me basta: eso es lo que comprendí entonces. Es lo que comprendo también hoy, al mirarte. Porque amar a una persona es aceptar envejecer con ella. No soy capaz de este amor. Drusila vieja era mucho peor que Drusila muerta. Es habitual la creencia de que un hombre sufre porque la persona a quien amaba muere un día. Pero su verdadero sufrimiento es menos fútil: es advertir que tampoco la pena dura. Hasta el dolor carece de sentido. Ya ves, no tenía excusas; ni siquiera la sombra de un amor, ni la amargura de la melancolía. No tengo coartada. Pero hoy soy más libre que hace años, libre del recuerdo y de la ilusión.
Pero no estoy loco y aún más: nunca he sido tan razonable. Simplemente, sentí en mí de pronto una necesidad imposible. (...) Las cosas, tal como son, no me parecen satisfactorias. (...) El mundo, tal como está, no es soportable. Por eso necesito la luna o la felicidad, o la inmortalidad, algo descabellado quizá, pero que no sea de este mundo.
Albert Camus, Calígula, 1945
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